miércoles, 6 de junio de 2007

Un hombre común

Pareciera que hoy en día todo es resultado de una gran conspiración. Son tantas las sociedades secretas que parece que hasta el más insignificante de los individuos pertenece a una. Las agrupaciones místicas milenarias, los juegos de poder en la oscuridad, los secretos que de revelarse destruirían por completo a occidente, nuestra percepción del mundo y a nosotros mismos, los peligrosos y radicales agentes que protegen tales secretos y los inocentes periodistas o profesores universitarios que por maravillosas coincidencias deben descubrí el secreto pululan por todos lados.

Los hombres nos hemos aburridos de nuestras vidas y buscamos secretos, enigmas y conjuraciones donde no las hay. Desde el brote de una flor hasta la lista del supermercado de los miércoles son objeto de sospechas. ¿Qué acaso no existe algo de lo cual no quepa duda? ¿Por qué debemos pensar que detrás de todo hecho o suceso hay fuerzas obscuras que lo manipulan?

Afortunadamente todavía habemos, aunque pocos, aquellos cuyas vidas están más allá de tanto complot. Hombres cuyas vidas se mueven en preocupaciones ordinarias como pagar deudas, tener tiempo para la familia o que el equipo favorito de uno le regale unas pizcas de alegría.

Como el hombre de está pequeña historia. Nunca supe su nombre, ni su profesión ni de donde era. Sólo sabía que todos los días se subía al mismo camión que yo, cuando su buhímico servidor regresaba de la prepa.

Entonces ¿por qué le dedico un texto? No es por sus ropas; siempre llevaba unos pants grises y viejos, tampoco por su gran físico; su panza revelaba que nunca se había parado en un gimnasio, tampoco es por su apariencia; si bien no andaba sucio sí andaba un poco descuidado.

Les comento de mi compañero de viajes por el glorioso RTP de la ciudad de México, por su hijo, por todo lo que sacrificaba por él. Como ya lo dije no lo conozco personalmente, pero bastaba con verlo para saber lo que sacrificaba por su hijo. Siempre que se subía al camión llevaba en una mano una bolsa de plástico (no se necesitaba ser un genio ni tener vista de rayos X para saber que llevaba cosas de su hijo) y un par de sudaderas, y en la otra mano llevaba cargando a un niño con un grave retraso mental.

No quiero insultar el trabajo y el amor de de este padre por su hijo, con una de mis malas, estúpidas y pobres descripciones (que ustedes mis lectores ya conocen). Me limito a decirles que aquel padre cuidaba a su hijo como si fuera el mayor tesoro del mundo. Se veía, en como lo trataba y en el amor que sus ojos reflejaban al verlo, que todo su mundo, que toda su vida giraba alrededor de aquel pequeño niño.

No se ustedes pero para mí esta historia es más interesante que cualquier estúpida conspiración producto de los “grandes avances ideológicos” de nuestra sociedad…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy lindo... también pertinentemente verdadero.
Es por estos heroísmos extra-ordinario (en el sentido de que ya no se ven tan comunmente) por los que debe el hombre motivar su asombro, en lugar de baratas ficciones paranóicas... y sí, en efecto, tengo mucho en contra de las ficciones paranóicas y teorías de la conspiración como las que describes, así que sí, en efecto, mi critica se extiende a lo personal...
Hay mas grandeza, misterio y gloria en el perenne e inmutable amor de un hombre por su hijo, que por cualquier secreto coulto de cualquier megaorganización impersonal...
Abrazos y una oración por el heróico colega del RTP

Anónimo dijo...

No todos hemos sido manchados con ese afán de espionaje y conspiración, (aunque hubo un tiempo en que carros acechadores y líneas intervenidas eran el pan de cada día) y que reconocemos lo extraordinario en lo ordinario... a lo mejor hago gala de mi vanidad al incluírme---Pero no me puedes negar que observar personas viviendo su vida, como tras un aparador, no es entretenido... o ¿qué tal inventarles vidas alternas en el metro?

Zoon Romanticón dijo...

El hombre busca lo extraordinario en lo poco común porque ha perdido su capacidad de thaumatos.

Sin embargo, es en la magia de cada día, en esos pequeños milagros cotidianos, donde se puede encontrar el valor de unos pants raídos y un hombre descuidado en su apariencia...