lunes, 19 de marzo de 2007

Una carta en la selva.


Eran las doce de la noche y estaba muy aburrido. No había podido salir a volar por causas de fuerza mayor. Los minutos pasaban de uno en uno. El aburrimiento llego a tal que clave mi mirada en un viejo reloj y veía como las manecillas de movían. Tic, tac, tic, tac.
Pero cuando vi que el segundero se movía en sentido inverso supe que mi ocio había llegado a niveles extremos, así que me propuse hacer algo, lo que fuera.
Barrí rápidamente la jaula buscando alguna actividad. Un montón de hojas llamo mi atención.
Fue en este montón de hojas donde encontré esta carta. No se como llego a mi jaula. Esta sucia, llena de polvo y alguna de sus palabras son inteligibles.
La he trascrito para que todos ustedes la conozcan:

14 de marzo de 1912
La selva del Congo.
No tengo mucho tiempo, la muerte me alcanzara en cualquier momento. Soy el Capitán Von Leiber, del ejército de su majestad. El 27 de diciembre del año pasado inicie, al frente de diez hombres del ejercido de su majestad y de veinticinco nativos, una exploración por las selvas del Congo en busca de Mokelereb, un legendario mounstro.
Según cuentan los nativos el Mokelereb, tiene el tamaño de un hipopótamo, con pies tan grandes como los de un elefante, es de color gris o morado, tiene un cuello muy largo y su cabeza se asemeja a la de un caballo. Cuentan que es capaz de aplastar a un hombre con un solo pie y que usa su larga y poderosa cola como látigo para defenderse.
La exploración comenzó muy bien, avanzábamos mucho en el día y las noches eran de completa calma. Pero mientras más nos adentrábamos en la selva los nativos s ponían más nerviosos y deseosos de volver.
Llevábamos dos semanas de viaje, cuando fuimos atacados por un grupo de pigmeos mientras atravesábamos un vado. Respondimos a la lluvia de dardos y flechas con nuestras armas, pero nuestros enemigos se escondían en la selva, por lo que tuvimos que huir. Tras veinte minutos de huida los que sobrevivimos llegamos a un claro.
De los diez soldados de su majestad sobrevivieron cinco, dos de los cuales murieron minutos después por el veneno de los dardos. Los nativos corrieron con más suerte pues sólo perdí a cinco de ellos. Lo peor del ataque es que perdimos el rastro perdiéndonos en la selva.
Después del primer ataque cada día era peor. Los ataques de los pigmeos no cesaban, las provisiones escaseaban, varios nativos murieron a causa de las serpientes, los tres soldados de su majestad murieron de malaria, y hasta una noche un leopardo entro en nuestro campamento matando a uno de los nativos.
Y lo peor del caso es que ni seña del Mokelered, ni una huella, nada.
Hace dos días que murió el último de los nativos. Llevo dos días sólo en la selva esperando encontrar la salida, pero la muerte ha viajado en mi mochila esperando el momento de atacar.
Estoy enfermo, no he comido y creo haber sufrido la picadura de algún animal o insecto. Las fuerzas se me han acabado, ya no puedo mover mis pies. Ahora se que la muerte esta cerca.
Antes de irme quiero pedir perdón a todas las mujeres y niños que hice viudas y huérfanos que mis años de servicio. Dios cuide a mi viuda, que la ayuda que no me presto se la preste a ella.
Me muero… momento, vida quédate un minuto más con migo… hay está, hay está, el Mokelered… si existe…

Aquí acaba la carta. Junto a la carta encontré una imagen del Mokelered.

3 comentarios:

Blascone dijo...

Estimado Gorgias:

Sé lo que dices al ver el reloj correr de reversa... me pasa todos los lunes y viernes durante la clase del queridísimo Dr. Ezequiel...

En fin, gracias por compartir esta película mental...

Anónimo dijo...

Me recuerda a mas de un relato Lovecraftiano... y con ello << Teke-lili >> del maestro Poe en las aventuras de Gordon Pym.
Ese final... ese incrruptible final abrupto del héroe patético con la muerte en sus narices y el espectral horror ante sus ojos al fin.

Blascone dijo...

Sí, aquí estoy... tenlo presente ¿ok? Y nada que agradecer porque no estoy haciendo ningún favor...